Invisibilizando autoras, literatura a medio gas.
Querido desconocido:
En la Newsletter de hoy os hablo de la situación de varias escritoras, pero, en especial, de la reina de España. No, no me refiero a Doña Leticia. Mis sentimientos hacia la monarquía española son algo reticentes, pero me refiero a la mujer que de verdad se merece este título según mi total y absolutamente imparcial criterio. Aquí os la presento al estilo Juego de Tronos:
Doña Emilia Pardo Bazán, condesa de Pardo Bazán; legítima señora del Pazo de Meirás; introductora de la literatura naturalista y espiritualista; heredera de un sillón en la RAE e icono feminista del siglo XIX.
¿Ves lo chulo que me ha quedado?
¿Quién fue Emilia Pardo Bazán?
Lo cierto es que no debería tener que plantear esta pregunta. La obra de esta escritora es contenido obligatorio en la ESO y en Bachillerato. Sin embargo, encuentro que muchas veces se pasa muy por encima de ella o directamente ni se la nombra.
Hay que tenerlos cuadrados, también te digo.
Doña Emilia Pardo Bazán fue una de las escritoras más importantes de la segunda mitad del siglo XIX. ¿Por qué? Básicamente porque fue la responsable de que nuestra literatura evolucionase más allá de lo básico. El Realismo se dio en el género narrativo durante la segunda mitad del siglo XIX y tuvo tres épocas o etapas: el propio Realismo, el Naturalismo y el Espiritualismo. Dependiendo de a quién le preguntes puede tener cuatro, pues algunos autores engloban aquí también la literatura costumbrista precedente de la época.
¿Y qué tiene que ver esto con la reina? Pues muy simple: fue esta señora la que viajó a otros países, recogió los principales preceptos del Naturalismo y del Espiritualismo y los trajo a España para difundirlos. Con todo su coño. Entre libro y libro, esta autora no se iba sólo a las fiestas de su pueblo (anécdota real y maravillosa)1, sino que asistía a conferencias sobre literatura innovadora en París y Rusia.
Y yo mientras tanto tumbado en la cama con un ventilador. Virgen santa, para lo que hemos quedado.
Más allá de la polémica sobre cómo doña Emilia introdujo un Naturalismo capado en España para conciliarlo con el ideal religioso, lo cierto es que fue la máxima representante de este movimiento (sorry, Clarín). Esto se ve en un par de obras de las que te hablarían en el instituto si tuviste suerte: Los pazos de Ulloa y La Madre Naturaleza.
¿Te va sonando ya? ¿No? Puedo darte un par de datos que te refresquen la memoria: tuvo un tórrido affair con Benido Pérez Galdós y su hogar, el Pazo de Meirás, ha sido finalmente expropiado a la familia Franco.
Escritora, pero mujer.
Es dolorosamente habitual decir que no ha habido casi escritoras en nuestra literatura hasta recientemente. ¡Y una mierda! No, amiga, no. Lo que ocurre es que se las ha silenciado y despreciado porque estaba MUY mal visto que una mujer se dedicase a la literatura. O que tuviese una opinión, ya que estamos. Literatas las llamaban.
Pero…¿Por qué a ella no? No, a ella también, pero doña Emilia tenía un talento innegable como para ser silenciada. Al margen de ello, tenía dinero y una posición social alta. Y, por encima de todo, un carácter para echarse a temblar. Pobrecito del hombre que la mandase a callar. Bonita era ella.
Más allá de cifras, premios, honores y otros tantos criterios, su éxito no puede cuestionarse por un simple hecho: en un mundo de hombres, ella consiguió que su voz se oyera. Lo cual no generó precisamente pocas críticas entre sus contemporáneos. Literariamente sus novelas eran tachadas de sosas y sensibleras, y a ella personalmente la cuestionaban por su vida marital, su aspecto e incluso decían que tenía rasgos de hombre.
“Morriña según Clarín es bastante mala, aunque Insolación es todavía peor. En su afán de poner defectos, hasta fue a sacarme una falta de gramática cometida en la Dama joven, figúrate tú dónde va ese, y las que yo le podría sacar a él, y las que se le sacan fácilmente a cualquiera con ese sistema. Para mí la mala fe es evidente, y evidente también la intriga de Palacio, el cual no puede sufrir que la gente me ponga a mí después de ti y de Pereda, porque ese tercer sitio lo quiere para sí el apagado y soso autor de Maximina.” 2
Lo que era la male gaze de la época. Reducir a sensibleras las obras de la Pardo Bazán ya delataba el poco criterio de sus contemporáneos, especialmente para cualquiera que las haya leído. Desde la política a educación, el ejército y temas como la honra y el matrimonio, los trabajos de la condesa fueron una excelente revisión de la sociedad de la época y de problemas que se debían discutir, pero que frecuentemente hacían por olvidarse: los de las mujeres.
Este doble rasero no era ignorado por la gallega, que lo denunciaba explícitamente en su novela Insolación:
“Convendré en que eso siempre realza a una mujer; pero, en gran parte, depende del criterio social. La mujer se cree infamada después de una de esas caídas ante su propia conciencia, porque le han hecho concebir desde niña que lo más malo, lo más infamante, lo irreparable, es eso; que es como el infierno, donde no sale el que entra. A nosotros nos enseñan lo contrario; que es vergonzoso para el hombre no tener aventuras, y que hasta queda humillado si las rehúye… De modo que lo mismo que a nosotros no pone muy huecos, a ustedes las envilece.” 3
Y como éramos pocos, parió la abuela. El mayor ESCÁNDALO que le dedicaron a esta autora fue su desprecio como candidata a tener un sillón en la RAE. Fueron varias las ocasiones en las que esta mujer pudo alzarse con la gloria: dos de forma encubierta y una de forma pública. Si bien el trabajo de la Pardo Bazán cada vez era más famoso, los señoros del organismo no estaban por la labor de reconocérselo. No sólo por antipatías personales (que también), sino porque ello supondría abrir la veda a que otras mujeres aspirasen a lo mismo.
DIOS MÍO. EL FIN DEL MUNDO. EL FUEGO DE SATÁN NOS QUEMARÁ.
O algo así pensaban estos señores entre los que podemos mencionar a Juan Valera y Menéndez Pelayo, entre otros. Por aquel tiempo, F. Vior comentaba lo siguiente sobre la anterior petición de una mujer, Gertrudis Gómez de Avellaneda, de formar parte de la Academia:
“No sé en qué se fundaron estos señores para rechazar a la Avellaneda: sospecho que habrán pensado como el Rey Sabio, que ‘ninguna mujer quanto quier que sea sabidora… non es guisada nin honesta cosa que tome officio de varon, estando publicamente embuelta con los omes, porque se vuelve desvergonzada, e esttonce es fuerte cosa de oyrlas, e de contender con ellas.’” 4
Doña Emilia, que puso a este señor de necio y tonto para arriba, no encajó bien estos comentarios y otros tantos que se hicieron respecto al tema. Especialmente cuando salían a la luz a posteriori y, casualmente, al mismo tiempo que circulaban rumores sobre su propia consideración como candidata a la RAE. Pero lejos de no intrigar, pues bonita era ella, escribió una carta abierta en la que aclaraba la necesidad de considerar ya no solo su propia candidatura, sino la de otras mujeres:
“Si a título de ambición personal no debo insistir en postular para la Academia, en nombre de mi sexo creo que hasta tengo el deber de sostener, en el terreno platónico, y sin intrigas ni complots, la actitud legal de las mujeres que lo merezcan para sentarse en aquel sillón, mientras haya Academias en el mundo.” 5
Dí que sí, Reina.
Toda esta movida la explica muchísimo mejor Almijara Barbero en un hilo de twitter que es, simplemente, EXQUISITO. También tiene un retelling del Cid, Las mocedades de Rodrigo, al que le podéis echar un ojo ya de paso. Recomendadísimo.
Otra persona que sabe muchísimo sobre doña Emilia es mi amiga María Plaza. Os dejo su bookstagram aquí.
En 2021, durante la celebración del centenario de la muerte de la autora, el director de la Academia, Santiago Muñoz Machado, pidió disculpas por el machismo que la institución ejerció sobre ella y le concedía un honorífico y metafórico sillón 47 (la RAE tiene 46), “reservado para aquellos mejores que los que estaban dentro en su momento y no tuvieron oportunidad de entrar”.
Tarde, pero se hizo justicia. Valera y compañía se deben de estar revolviendo en sus tumbas.
Os dejo un par de artículos sobre el evento y lo que se dijo, publicados en La Vanguardia y el Huffington Post.
Invisibilizando escritoras: una literatura a medio gas.
Pero doña Emilia no ha sido la única en sufrir este trato dentro de la literatura hispánica. Otros tantos nombres fueron relegados al olvido por pertenecer a mujeres: María de Zayas, Ana Caro Mallén, Josefa Amar y Borbón, Rosalía de Castro, Cecilia Böhl de Faber, las Sin Sombrero, etc.
Apunte curioso: tal vez a Cecilia sí la conozcas. Básicamente porque es la verdadera identidad de Fernán Caballero. La santa mujer tuvo las luces de escribir bajo pseudónimo porque sabía cuál sería su destino de lo contrario. Y, sin embargo, actualmente sus trabajos siguen apareciendo con ese nombre falso en la portada y sólo en los estudios preliminares aparece su verdadera identidad. Mi humilde opinión es que se debería conservar el pseudónimo, sí, pero poniendo también su verdadera identidad en la portada entre paréntesis.
Seríamos ingenuos si pensamos que estas prácticas no se siguen dando en la actualidad. En mi experiencia, al cursar el grado en Filología hispánica, tuve que escoger una asignatura OPTATIVA para poder aprender de autoras, dado que en sus respectivos tiempos no se estudiaban. Si se las incluía era bajo un tema unificado para todas ellas (porque, claro, son mujeres y todas al mismo cajón) denominado “Narrativa de mujeres” o similares y que, como tal vez adivines, no se llegaba a ver por falta de tiempo.
Otro caso reciente y sonado ha sido el de Almudena Grandes. Tras su fallecimiento el año pasado, hubo quienes promovieron el concederle el título de “Hija predilecta de Madrid”. Los partidos políticos de la derecha (PP, C’s y Vox) votaron en contra. Fue en un segundo intento que se consiguió conceder este honor a la escritora, tras imponer esta condición para aprobar los presupuestos.
No faltaron las elegantes declaraciones del actual alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, que declaró que la autora no merecía el título y que se le otorgaba como fruto de la debilidad de la izquierda. Javier Ortega-Smith justificó la negativa de su partido (Vox) argumentando la posición de la escritora sobre la Guerra Civil (Spoiler: era de izquierdas).
La derecha madrileña siempre con clase.
Como ya hice antes, os dejo un artículo de El País al respecto.
Pero al margen de las intrigas políticas, ¿qué otras herramientas se han usado históricamente contra las autoras? El ensayo Como acabar con la escritura de las mujeres de Joanna Russ las explora dentro de la literatura anglosajona, aunque son igualmente válidas y aplicables para nuestra literatura.
Una de ellas sería la contaminación de la autoría. Es decir, manchar su nombre:
“Una alternativa a la negación de la autoría femenina en el arte es contaminar dicha autoría, es decir, divulgar la idea de que al crear arte, las mujeres hacen el ridículo, o bien que escribir o pintar es indecente (del mismo modo que ponerse delante de un escenario es indecente) y que por tanto no es una posibilidad para una mujer que se precie de tener dignidad, o que crear arte muestra a una mujer como anormal, neurótica, desagradable y por consiguiente odiosa. De acuerdo, lo escribió. Pero no debería haberlo hecho.”
La autora profundiza en ello un par de párrafos más abajo:
“La historia de la literatura sigue perpetuando el círculo vicioso por el que las mujeres virtuosas no podían saber lo suficiente de la vida como para escribir bien, mientras que aquellas que sabían lo suficiente de la vida como para escribir bien no podían ser virtuosas.” 6
¿En el caso de doña Emilia? El haberse separado de su marido y querer realizar labores de hombre. ¿En el de Almudena Grandes? Ser de izquierdas.
Otra herramienta sería el doble rasero para juzgar el contenido. Si bien ya lo hemos mencionado previamente con las críticas que recibió la condesa de Pardo Bazán, os dejo un apunte de Joanna Russ al respecto:
“El doble rasero del contenido quizá sea el arma más importante del arsenal y en cierto sentido la más inocente, puesto que los hombres y las mujeres, las personas blancas y de color, sí que tienen experiencias muy diferentes en sus vidas y una esperaría que tales diferencias se reflejasen en su arte. Quiero hacer hincapié aquí en el hecho de que no estoy hablando (sexo vis a vis) de un pequeño campo de la biología –los hombres suelen tener verdadera curiosidad e interés genuino en esta clase de experiencias distintas– sino de las diferencias impuestas socialmente. La trampa en el doble rasero del contenido reside en considerar de más valor un conjunto de experiencias que otras. Así, al No lo escribió ella y al Lo hizo, pero no debería haberlo hecho, podemos añadirle Lo hizo, pero fíjate sobre qué cosas escribió.” 7
Finalmente, la última de la que os hablo es la falsa categorización. Desde la mentira al juego del despiste, las autoras no ven sus obras colocadas en donde corresponde, siendo mucho más fácil que su trabajo quede invisibilizado. Joanna Russ habla del aislamiento de las escritoras dentro de la etiqueta regionalista o, directamente, en géneros literarios varios para poder justificar que no cumplen las premisas del mismo:
“Resulta evidente que la etiqueta regionalista, con frecuencia aplicada a escritoras, no sólo indica que la autora en cuestión se centra en una región en concreto, sino que su obra está por ello limitada (y no resulta de interés ‘general’) y por tanto que su atractivo no reside principalmente en motivos literarios sino en su utilidad sociológica o cuasi-histórica. La autora ‘regionalista’ es una escritora de segunda categoría, una documentalista fracasada.
La asignación de un género literario también puede funcionar como una falsa categorización, especialmente cuando la obra parece estar entre dos géneros establecidos y por tanto puede ser clasificada bajo cualquiera de los dos (y después descrita como un ejemplo imperfecto del que sea) o criticada por no pertenecer a ninguno.” 8
Si bien existen otras herramientas como el aislamiento, evitando que las escritoras se sientan parte de una larga tradición literaria, eso ya lo dejo por si os queréis leer el ensayo en cuestión.
Como ya hemos visto, la discriminación hacia autoras no es algo extraño hoy en día y aún así el patriarcado busca maneras de subvertir los intentos por arreglar esta situación (véase el caso de Carmen Mola).
Con toda esta chapa, sólo espero haberte informado un poco de las maravillosas escritoras que tenemos en nuestra literatura y cómo consciente o inconscientemente las aislamos y relegamos al olvido. Honestamente, ¿cuántas autoras has leído este año? Márcate un propósito de enmienda y lee a algunas autoras en este 2022, ¡todavía estás a tiempo!
Antes de marcharme, por propósitos de marketing y validación personal, debería decirte que me des like, comentarios, difundas, etc. Pero lo cierto es que no me gusta ser pesado. Puedes mostrarme tu gratitud como desees. Acepto bizums (y más ahora que me he comprado un coche y soy pobre).
Sin más que decir, me despido. Espero que estés llevando bien la ola de calor. Yo me estoy negando a salir de la piscina. Tengo un leve dolor de oído que espero que no sea una otitis. Porque si no sabe Dios cómo aguantaré todo este calor.
Cuídate.
Love,
Manu.
En medio de la edición de La Madre Naturaleza, doña Emilia se va a las fiestas de su pueblo en Galicia. Publican su libro con erratas. La condesa pone a caldo a los editores en una de sus cartas a Galdós. Borracha, pero buena muchacha.
Pardo Bazán, Emilia (2020) “Miquiño mío”. Cartas a Galdós, Turner Publicaciones, p. 167.
Pardo Bazán, Emilia (2022) Insolación, Reino de Cordelia, p. 143.
Pardo Bazán, Emilia (2020) “Miquiño mío”. Cartas a Galdós, Turner Publicaciones, p. 27.
Pardo Bazán, Emilia (2020) “Miquiño mío”. Cartas a Galdós, Turner Publicaciones, p. 27.
Russ, Joanna. (2019) Cómo acabar con la escritura de las mujeres, Editorial Dos Bigotes y Editorial Barrett, p. 65.
Russ, Joanna. (2019) Cómo acabar con la escritura de las mujeres, Editorial Dos Bigotes y Editorial Barrett, p. 90.
Russ, Joanna. (2019) Cómo acabar con la escritura de las mujeres, Editorial Dos Bigotes y Editorial Barrett, p. 109.